13/11/12

ENTRE LÍNEAS



Cormick Grayson apartó a un lado el montón de papeles sobre los que estaba trabajando, se sirvió otra copa de coñac y dijo con tranquilidad:
—Se me está ocurriendo que no veo ninguna pega en que nos casemos.
Amber Langley, que en aquel momento saboreaba un sorbo de coñac, se atragantó.
—¿Cómo has dicho?
Intentó recuperar el aliento mientras que Grayson le golpeaba amistosamente la espalda. Era un gesto natural de él.
Después de todo, era su amigo. Amber repitió la pregunta.
—¿Qué has dicho?
—Ya lo has oído —replicó Grayson, sonriendo—. No encuentro ni una sola razón para no casarnos: somos amigos, trabajamos a gusto juntos, y te pasas la mayor parte del tiempo en mi casa.
Sus ojos acaramelados la observaban con aire divertido desde el sofá.
Amber pestañeó, tratando de recobrar la calma que parecía haber perdido.
—Trabajo para ti, ¿recuerdas? Si haces de tu casa el lugar de trabajo, la conviertes en una oficina. Es en una oficina en la que me paso mucho tiempo.
Grayson se encogió de hombros con naturalidad. 

 
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